Lunes, 29 Agosto 2016 19:26

Entre "adaptarse" y "resignarse" hay mucha felicidad de diferencia - columna "Lingotes de Felicidad", Centro, México

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Imagen de Henrik Moses Si cada uno de nosotros es muy “especial” y la autenticidad es la regla general, tenemos que admitir –aunque nos desinfle un poco- que, en consecuencia, todos terminamos siendo normales; digamos que somos “especialmente normales”: cada quien tiene su encanto y al tiempo es muy parecido a los demás dentro del abanico de las posibilidades humanas.

Tomar consciencia de este rasero biológico que nos hace tan similares es algo sumamente vigorizante: nos quita de inmediato el peso de tener que perseguir la perfección que corresponde a la gente que es tan “única”. En efecto, salvo algunos contados casos que son de verdad sobresalientes (y que serán tan exóticos que aparecen en las noticias –como ocurre con los ganadores de los premios Nobel o con los atletas de altísimo rendimiento que vemos en las transmisiones de los juegos olímpicos, por ejemplo), un espécimen humano es muy similar a otro en lo fundamental. La pasión que he puesto en estas reflexiones sobre el asunto de que toda la gente se parece entre sí se debe a que quiero destacar el resultado práctico de eso en nuestra felicidad: a usted y a mí nos urge entender que está perfectamente bien si los resultados de nuestro trabajo o si el desempeño en los distintos roles cotidianos (en el papel de padre, de pareja, de amigo, etc.) termina siendo apenas normal. Dicho de otro modo, se vale no ser una luminaria. Lo que, en cambio, no está tan bien, e incluso debería dispararnos todas las alarmas, es que la normalidad sea nuestro anhelo; nuestra meta. Perseguir la mediocridad nos oxida el espíritu. Si todo lo que hacemos es limitarnos a soñar con un cupo dentro de los que están en el promedio, ¿con qué motivación vamos a salir de la cama cada mañana? Hace unos años oí a alguien rezar en voz alta diciendo “Concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”. A propósito de la idea fija de perfección que tenemos en estos tiempos y, a la vez, frente a la trampa con cebo que nos ponen quienes nos invitan a que abracemos la “Aceptación” como lema de vida, tener presente la plegaria que acabo de citar es crucial porque entre “adaptarse” y “resignarse” hay mucha felicidad de diferencia: hay que tener la fuerza para sacudirnos de lo que nos incomoda y serenidad para lidiar con lo que está fuera de nuestro alcance, sí, pero en ese orden: primero hacer todo lo posible para vivir la vida que queremos y después, recordando que somos apenas humanos normales, aceptar lo que no podrá ser de otro modo. Sabemos que la naturaleza nos ha dado la capacidad de estirarnos o encogernos (tanto de cuerpo como de alma) para sortear una situación que nos supera y esa es una inteligentísima respuesta adaptativa. Pero, ¿renunciar a la felicidad por vivir arrastrando kilos, trabajos, relaciones, el pasado o, en general, cosas que no nos gustan? Ni porque fuéramos gatos y tuviéramos siete vidas. Columna publicada en el periódico “Centro”. Puebla, México, el 26 de agosto de 2016. Enlace a la publicación del periódico haciendo click aquí: octavo lingote de felicidad de Sylvia Ramírez 

Conferenciante internacional de Felicidad y Personal Branding Coach Ejecutivo – Coach Personal @SylviaRcoaching  *Imagen: Henik Moses

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