¿Qué tiene que ver la sugestión con nuestras posibilidades de éxito?
Cuando se reúna la junta directiva de su cerebro, no lo dude: vote por usted. Para presidente; para secretario; para decidir sobre el presupuesto; elíjase para todo. Contratar a otro para que haga de usted, por buen actor que sea, es malgastar su talento: El Elegido; el que lo va a llevar adonde sea que quede su Tierra Prometida sólo puede ser usted. Bueno, usted, acompañado de su fe (en Dios; en la Evolución; en sí mismo; en el horóscopo chino; en lo que desde su experiencia íntima se le figure más serio creer).
Un seductor experimentado sabe cuán valioso es detectar rápido los clichés de su presa.
Piense en su manía más vergonzante. Ubíquela. Recréela en su cabeza. Ahora piense qué le ruborizaría más: ser pillado en el clímax de la ejecución de su [deliciosa] maña o ser sorprendido con unos parlantes conectados a su cerebro que amplificaran (¡sin editar!) lo que piensa de las cosas cuando le pasan. Difícil, ¿no?
Quienes están desarrollando su vida profesional en el mundo corporativo se enfrentan una y otra vez al desafío de tener que ser elegidos en medio de miles de excelentes opciones que se presentan todo el tiempo para ocupar cada vacante que se anuncia. Bien sea que quieras ser contratado por primera vez en una compañía o lograr la promoción en la que has estado trabajando, el objetivo es el mismo: se trata de persuadir al interlocutor de que tiene frente a sí a la mejor opción posible para desempeñar ese cargo.
El único escenario donde tiene sentido apagar todos los filtros, entregarse al encanto de las apariencias y no tratar de entender el truco, es el espectáculo de un mago. Para el resto de los episodios de su vida le irá mejor si se mantiene dentro de lo que llamaremos aquí un “Nivel de duda razonable”. Comenzando por los generosos diálogos internos que transcurren en su propia cabeza.
Aunque tenga mucha necesidad, si no es lo que quiero, ¡no va! Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que acudir a un refrán me haya servido de algo. Casi todos traen una trampa encubierta: con la buena intención de ahorrarnos un mal terminan causando un agravio mayor. Y este no es la excepción: “A caballo regalado no se le mira el colmillo”. Por caridad, ¡míreselo siempre!, ¡siempre! Míreselo con lupa, especialmente, a la hora de establecerse con alguien. Note que no dije “A la hora de amar” sino de establecerse; de comprometerse. Usted ame a quien le plazca, que justo en lo irrefrenable del sentimiento está el encanto pero, eso sí, no firme nada si no se trata de un buen caballo.