Si todavía es posible, dediquemos un espacio importante a la transición (a estabilizar el sueño, la comida, organizar la ropa) y a la planeación. Antes de prender el computador y comenzar a HACER cosas, apartemos un espacio para pensar qué es lo que nos gustaría lograr; que quisiéramos hacer distinto y –muy importante- qué vamos a seguir haciendo igual porque nos ha venido funcionando bien.
A mí me pasó que desde finales de octubre tenía ya comprometida la agenda hasta mediados de febrero y por eso, en realidad, no he tenido vacaciones (no “a mi manera”, por lo menos. Los días que estuve fuera no fueron de descanso y estoy trabajando desde el 03 de enero)… así que casi no siento ni siquiera que haya cambiado el año… pero por lo mismo me he prometido unos días libres en la segunda mitad de febrero. No sé cómo, no sé adónde, pero ahí va a ser.
Si ese es su caso (el de no haber parado), en vez de estar de mal genio por la agenda que no da tregua (estar de mal genio es una posibilidad muy liberadora, claro, pero hay otras cosas que pueden ser más estratégicas), en vez de rezongar, le propongo tres movidas: (i) aproveche la buena onda en la que llega la gente que sí salió para tener algunas conversaciones de alineación de las metas del primer trimestre (pensar en términos de “año” puede ser abrumador); (ii) organice sus metas personales en orden de prioridades –recuerde que el trabajo es un medio; un medio, no un fin- y (iii) prométase una fecha de descanso. Yo no sé si en febrero pueda parar en realidad. No sé si se atraviese un proyecto más chévere. No sé si tenga que cambiar de opinión en ese momento pero lo cierto es que, ahora mismo, pensar y defender las dos semanas que tengo vistas en el calendario, hace que la falta de descanso de ahora sea más abordable.
Para ser feliz no hay una receta pero es verdad que usted sabe cuáles son los ingredientes que mejor le funcionan, así que, ¡adelante!
¡Feliz aterrizaje!