Hay días en los que uno tiene el ánimo tan abajo, tan en el suelo, que gustosamente se cambiaría por cualquiera.
De todos los formatos raros en los que se presentan las revelaciones, un caracol patas arriba (o “de cabeza” porque los caracoles no tienen patas) en el jardín de mi casa fue el top del mes. Agotada, venía de unas minivacaciones de esas de oficinista herniado en fin de semana. Como era de esperarse, la iluminación que buscaba no llegó durante el paseo sino cuando vi al caracol porque ni el descanso ni el amor ni la caridad son de provecho cuando son a la fuerza.