Y siempre que nos enganchamos con algo, cedemos demasiado poder. Dicho y hecho: la vida nos quiere mucho como para permitir que nos enredemos tan tontamente. Por eso esta vez le propongo un ajuste que lo hará vibrar en una nueva frecuencia: haga el ensayo de sentir una gran simpatía (una simpatía suprema, si quiere) por eso que tanto le gusta pero sáquese de la cabeza (y a continuación sáquese del corazón) el cuento de que lo necesita. Pruebe y verá cómo ocurre una de dos cosas: (i) o los astros se alinean y en fin las cosas pasan como usted las diseñó en su cabeza o (ii) su bienestar dejará de depender de un resultado que no está bajo su control y usted pasará de inmediato a ser un humano más funcional. Garantizado. Ahora bien, cuídese de caer en una confusión que es igual o más peligrosa y con seguridad es más triste: que algo no sea “indispensable” no quiere decir, entonces, que “no le importe”. Tratando de vacunarse contra futuros dolores, usted puede forzarse a creer que ya nada le interesa y hasta ahí llegará su felicidad. El hecho de que las cosas dejen de importarle no garantiza una vida libre de dolor; sólo le asegura una existencia libre de emociones. Y no sentir nada (ni miedo ni amor ni dolor ni ilusión ni nada) es un precio demasiado alto a cambio de una estabilidad que sólo le va a servir para frustrarse cuando tenga 90 años y se dé cuenta de que la existencia se le pasó en vano porque, a la larga, por ir así, de ese modo tan aséptico (tan libre de gérmenes), lo suyo nunca fue una “vida”. Por lo menos no en el sentido fuerte del término. Y, ¿para qué cree que se nos ha dado esta vida si no es para vivirla? ¡Haga esa llamada!, ¡diga esas dos palabras!Columna publicada en el periódico “Centro”. Puebla, México, en noviembre de 2016. Enlace a la publicación del periódico haciendo click aquí: 14o lingote de felicidad de Sylvia Ramírez
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